«La más noble Capilla Mayor del orbe cristiano, sancta sanctorum aureolado de la más arrebatadora belleza, vibrante de luz, cálido y emocional, como gloria sinfónica del Tabernáculo.» F. Chueca Goitia (1911-2004)
Al contemplar la capilla mayor desde los pies de la Catedral, nuestra primera impresión es de armonía. Armonía resultado del trabajo con diversos materiales, del encuentro de diversos estilos y aportaciones históricas. Tonalidades y coloridos, transparencias y volúmenes con contrastes de forma, escala y decoración. Según vamos subiendo por la nave central, percibimos adornos y detalles que nos distancian del primitivo proyecto siloesco renacentista.
Desde 1525, fecha de la colocación de la primera piedra del templo catedralicio, hasta su terminación en 1704, pasan 181 años; durante ellos suceden, tras el inicial estilo «a lo romano», distintos gustos y tendencias artísticas: plateresco, barroco y neoclásico. El medio histórico de Siloe proporciona el sentido profundo de su programa—arquitectónico e iconológico— para la Catedral.
De una parte, el Renacimiento con su afán recuperador de las raíces grecolatinas de Europa, moldeada durante siglos por el cristianismo, acontecimiento histórico: religioso y cultural. A partir del primer tercio del XVI se produce una transformación notable con el triunfo definitivo de las corrientes renacentistas en Granada; su mejor muestra es el palacio de Carlos I iniciado por Pedro Machuca en 1527 (h 1490-1550) dentro de la Alhambra de Granada, sorprendente por su juego con las dos formas geométricas ideales de la arquitectura renacentista: el cuadrado (la planta) y el círculo (el patio interior) donde se alternan los órdenes clásicos.
De otra parte, el sueño —político y religioso— de un solo rebaño y un solo pastor: «Cobrar el imperio de Constantinopla y la casa sancta [el Santo Sepulcro] de Jerusalem que por nuestros pecados tiene ocupada. Parece que, como de muchos está profetizado, debasso d’este cristianissímo príncípe, todo el mundo reciba nuestra sancta fe catholica, y se cumplan las palabras de nuestro redemptor: Fiet unum ovile et unus pastor.» (Alfonso de Valdés, 1490?-1532). En este entorno no es extraño que Siloe intentara «copiar» el templo del Santo Sepulcro. Expresaba artísticamente así gratitud y deseo: gratitud por la victoria en la ciudad apostólica de Granada donde se restauraba la comunidad cristiana; deseo de expiar la prolongada profanación de la «casa sancta» de Jerusalén. Las referencias arquitectónicas al Santo Sepulcro se completan con la recuperación de las prácticas litúrgicas primitivas, tal como quiso hacerlo su primer arzobispo: Hernando de Talavera. Los rasgos distintivos y propios de la catedral granadina, dentro de la tradición arquitectónica europea, se encuentran únicamente en el ejemplo mejor conocido del tipo compuesto: el templo del Santo Sepulcro de Jerusalén.