Pasó su vida haciendo el bien


Transcurren los años; va Jesús progresando en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52). Año tras año, sus padres, José y María, suben a Jerusalén para celebrar la Pascua.

«El Reino de los cielos está cerca»

Ya ha madurado Jesús y, decidido, se encamina a las riberas del Jordán donde Juan, el bautista, está proclamando un bautismo de conversión pues el Reino de los cielos está próximo. Este hecho queda recogido en una vidriera del cuerpo alto de Juan del Campo, sustituida, con el correr de los tiempos y por su mal estado, por una anónima moderna: La predicación de san Juan, el Bautista.

La escena recuerda el relato evangélico (Mt 3,1-12): Juan aparece —con un vestido de pelos de camello, un cinturón de cuero ciñendo sus lomos— proclamando su mensaje: Convertíos, porque el Reino de los cielos está cerca; junto a un pequeño grupo de mujeres sentadas en el suelo no faltan dos figuras varoniles, en pie, cuyo rostros y actitudes parecen figurar a los fariseos y escribas que se acercaban al Bautista y a quienes el precursor calificaba de raza de víboras. La siguiente escena de la historia de la salvación es El bautismo de Jesús, vidriera de Teodoro de Holanda. acontecimiento narrado por los cuatro evangelistas: Mateo (3,13-17), Marcos (1,9-11), Lucas (3,21-22) y Juan 1,31-34). Celebra este hecho la liturgia el primer domingo después de la Epifanía; el papa san Gregorio Magno (h. 540-604) lo comentaba así a su comunidad:

Cristo se hace bautizar; descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él. Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán: santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y del mismo modo que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el Espíritu y el agua. Juan se niega: Jesús insiste. Entonces: «Yo soy quien tiene que ser bautizado por ti», le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor de entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que ya había sido y adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que había aparecido y aparecerá. «Yo soy quien debe ser bautizado por ti»: y hay que añadir y por tu causa. Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio.

En el programa iconográfico queda constancia de tal bautismo testimonial plasmándolo Juan del Campo en la vidriera de La decapitación o degollación de Juan Bautista que la Iglesia, en la memoria del 29 de agosto, celebra como martirio de san Juan Bautista. En la escena —en un espacio cerrado— aparece el Bautista arrodillado sobre un manto rojo, juntas sus manos en actitud orante; el verdugo empuña amenazante un alfanje, con una bandeja en su manos espera la hija de Herodías, de nombre Salomé según el historiador judío ligado al imperio romano, Flavio Josefo († h. 100).

«… el río de agua de vida»

Según el cuarto evangelio Jesús, tras ser bautizado por Juan, elige a sus primeros discípulos, participa en una boda, arroja del templo a los vendedores, se entrevista con un maestro de Israel, Nicodemo. Emprende a continuación un recorrido por Samaria y, cuando es mediodía, se encuentra, junto al pozo de Jacob, con una mujer.

Este acontecimiento está recogido en una vidriera de Juan del Campo: El encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo de Jacob.Escena sencilla, cálida. La samaritana mira a Jesús vertiendo al mismo tiempo el agua recogida con el pozal en un gran jarrón plateado colocado sobre el suelo; Jesús —túnica roja y manto blanco— extiende su brazo derecho sobre el brocal del pozo y con el índice de su mano izquierda apunta hacia lo alto. Tres personajes en segundo término indiferentes. Con esta vidriera concluye un breve ciclo temático dentro del gran programa iconográfico de la capilla mayor: el agua como trasfondo de encuentros (Jesús y el Bautista, Jesús y la Samaritana) y como don de vida.

No parece, pues, aventurado unir a la evidente centralidad en el programa de la eucaristía —sacramento del mundo— el sacramento del bautismo —en Cristo Jesús hemos sido bautizados—. Junto al sacramento del pan y del vino el sacramento del agua, signo de juicio y de gracia, de muerte y de vida.

«Nosotros mismos escuchamos»

…esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo» (2Pedr 1,18). Del siguiente episodio de la vida de Jesús escribe uno de los participantes, Pedro; esta manifestación o epifanía es representada por Teodoro de Holanda en la vidriera La transfiguración de Jesús, en la que aparece el Señor conversando con Moisés y Elías, ante Pedro, Santiago y su hermano Juan.

Celebra esta fiesta la Iglesia el 6 de agosto viendo en ella, por una parte, la confirmación de los misterios de la fe con el testimonio de los profetas y, por otra, la maravillosa prefiguración de nuestra adopción como hijos; por ello, la oración litúrgica de este día concluye: Concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la Palabra de tu Hijo, seamos un día coherederos de su gloria.

Un escritor griego del siglo VII, Anastasio del Sinaí, comentaba así esta fiesta en uno de sus sermones:

Vayamos allá con garbo y alegría y entremos en la densa nube, como Moisés y como Elías, como Santiago y Juan. O, si no, como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurando con esta hermosa transfiguración, desentendido de lo humano, abstraído de las cosas terrenas. Deja lo carnal, apártate de las criaturas y mira al Creador, al cual Pedro, fuera de sí, dijo: «Señor, qué hermoso estar aquí.»