Programa Iconográfico Fachada Principal


En la anterior descripción de la arquitectura de la fachada catedralicia ya nos hemos referido a algunos de sus elementos iconográficos; ahora, es el momento de ver y apreciar —más en detalle y en conjunto— su programa iconográfico.

La fuerza y originalidad de la fachada canesca sirve de fondo y soporte a un breve, pero completo, programa iconográfico que es la obertura —primeros acordes sobre piedra, al aire libre, al granadino azul del cielo— de la amplísima, rica y completa catequesis visual de la capilla mayor; sus dos grandes temas —eucarístico y mariano— se preludian aquí. Junto a ellos tallas, altorrelieves y vidrieras que nos colocan —como en la capilla mayor— dentro de la narración y del acontecer de la historia de la salvación: Antiguo y Nuevo Testamento, arcángeles protectores, Pedro y Pablo, los cuatro evangelistas, santos y mártires de la historia de la diócesis granadina. En resumen, un avance del programa narrativo de la capilla mayor.

ANTIGUA Y NUEVA ALIANZA

En primer lugar, las alegorías del Antiguo y del Nuevo Testamento —es decir, primera y definitiva alianza— nos sitúan en la historia de la salvación en cuyo centro Jesús afirma (1Cor 11,25):
Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre.
Cuantas veces la bebiéreis, hacedlo en memoria mía.

Las Escrituras hebreas eran también conocidas como alianza. De hecho contenían el código de la alianza entre Dios y su pueblo. A partir del siglo II, los cristianos dieron igualmente a sus Escrituras —evangelios, cartas…— el nombre de alianza. Y, desde, entonces, se distinguen dos alianzas, dos testamentos: el Antiguo y el Nuevo. En el tiempo del Antiguo Testamento comienza el Señor, desde la creación, su plan salvador y anuncia la obra definitiva del futuro Mesías. Esta entrada de Dios en el acontecer humano entrama la historia del pueblo de la alianza primera. El Nuevo Testamento —libros de la nueva y definitiva alianza— perfecciona y culmina el Antiguo narrando la historia de Jesucristo y los primeros pasos de la vida de la Iglesia.

El Antiguo Testamento presenta las tablas de la ley mosaica apoyadas sobre su costado derecho, cubre su cabeza con un manto y dirige su mirada hacia abajo. El Nuevo Testamento, talla descubierta, mira hacia el frente. Ambas estatuas visten abundantes ropajes.

En 1781 el artista Miguel Verdiguierpersona entendidísima— recibe del cabildo el encargo de hacer las medallas y estatuas de la portada principal de esta Iglesia; son diez bultos de medallones y demás adornos. Son obra suya, por tanto, estas dos esculturas de los arcángeles. No faltan quienes estiman que la aportación de los Vediguier es efectista y está lejos de lo logrado por Risueño en el tondo central de la Encarnación.

En la capilla mayor la evocación del Antiguo Testamento se centra y resume en los dos espléndidos bustos canescos de Adán y Eva, los padres de la humanidad. Siloe había recordado esta primera parte de la historia sagrada, además, con la serie de patriarcas y sacerdotes de la antigua Ley tallados en su tabernáculo eucarístico central.

ARCÁNGELES PROTECTORES

En nuestra historia de la salvación son los ángeles enviados, embajadores de Dios. En la primera alianza los ángeles guían al pueblo, llaman a sus servidores, se revelan a los profetas cpn mensajes de Yahvé En el tiempo de la alianza definitiva los ángeles toman parte en grandes acontecimientos de la vida de Jesucristo: relatos de la infancia, tentaciones en el desierto, agonía en Getsemaní, narraciones de la Resurrección, testigos de su Ascensión. Por último, los ángeles acompañarán al Señor cuando venga para el definitivo juicio final.

En el libro neotestamentario de los Hechos de los apóstoles (5,19; 8,26; 12,7; 27,23-25) narra Lucas diversas intervenciones de los ángeles tomando parte activa en la naciente vida de la Iglesia. Y en la visión apocalíptica del Gran Día de Dios (Apoc 5,11-12) una multitud de ángeles proclamará con fuerte voz:
«Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»

La estatua de piedra del arcángel Miguel (¿Quién como Dios?) lo representa en clara actitud de combate sometiendo al dragón; cubre su cabeza con casco y blande en actitud atacante una espada. Esta iconografía está inspirada en el relato apocalíptico de la visión de la Mujer y la Serpiente (Apoc 12,1-17). Miguel y sus ángeles vencen gracias a la sangre del Cordero; por ello regocijaos cielos y quienes en ellos habitáis.

Siguiendo el libro de Tobías (Tob 6,12-19), el arcángel san Rafael (Dios cura, Medicina de Dios) aparece en actitud caminante, sostiene un largo bastón y a sus pies, el pez. ángel protagonista en el libro citado afirma de sí mismo: Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que sube las oraciones de los buenos y tienen entrada en la gloria del Santo (12,15).

PEDRO Y PABLO

Dos grandes protagonistas de nuestra historia de la salvación son Pedro —siervo y apóstol de Jesucristo— y Pablo —siervo de Jesucristo, apóstol por vocación—.

Sus estatuas están colocadas a los lados de la puerta principal centrando las calles entre los pilares laterales. Ambos apóstoles se alzan sobre repisas sostenidas por grupos escultóricos de tres ángeles; van descalzos, descubiertas sus cabezas y vestidos con túnicas y amplios mantos con abundantes plegados.

Es Pedro, cabeza de los apóstoles, piedra angular de la Iglesia, portero del Paraíso, autor de dos cartas. En su mano derecha dos llaves, símbolo de su único poder de atar y desatar, de abrir y cerrar.

Pablo, apóstol de las gentes, fecundo escritor de cartas a varias comunidades (Roma, Corinto, Galacia, Éfeso, Filipos, Colosas, Tesálonica) y, también, a sus más estrechos colaboradores (Timoteo, Tito, Filemón). Con su mano izquierda sujeta un voluminoso libro y en su derecha blande una espada, hoy perdida; es su atributo iconográfico, bien instrumento de su martirio, bien público emblema de la palabra de Dios. Se discute la autoría de estas dos tallas de piedra; unos las atribuyen a Verdiguier y otros a Pedro Duque Cornejo.

LOS CUATRO EVANGELISTAS

La intención narrativa fundamental de los cuatro autores de los evangelios es mostrar que, en Jesuscristo, ya está cumpliendo Dios cuantas promesas hizo a su pueblo elegido; promesas iniciadas en la alianza concertada con Abrahan (Gn 15).

Testigos y pregoneros de esta gran noticia san Mateo y san Marcos, san Lucas y san Juan, —los cuatro evangelistas— forman parte del programa iconográfico de la fachada representados en grandes medallones ovalados de piedra, obras de los Verdiguier.

La iconografía más habitual —presente en estos óvalos con detalles decorativos arriba y abajo— suele representarlos con atributos de escritores (libro, pluma) acompañados: ángel para san Mateo, león para san Marcos, buey o toro para san Lucas y águila para san Juan.

Se apoya esta representación iconográfica en la visión véterotestamentaria del Carro de Yahvé del profeta Ezequiel (1,4-28) y en la literatura apocalíptica (Apoc 4,7) de los cuatro vivientes: El primer viviente, como un león; el segundo viviente, como un novillo; el tercer viviente tiene rostro como de hombre; el cuarto viviente es un águila en vuelo. Estos cuatro vivientes repiten sin descanso, día y noche:

Santo, Santo, Santo,
Señor Dios todopoderoso,
Aquél que era, que es y que va a venir.

En las representaciones escultóricas de los cuatro evangelistas Verdiguier se atiene a la simbología clásica. En la fachada todos aparecen sentados con abundante ropaje, libros, plumas y acompañados de ángel, león, toro y áquila.

EN LA HISTORIA DE LA DIÓCESIS DE GRANADA

En la fachada principal apreciamos, desde un punto de vista arquitectónico, nueve ojos de buey que, hacia el interior, presentan otras tantas vidrieras. La central es el gran rosetón trinitario-eucarístico. En las ocho vidrieras restantes santos o beatos relacionados con la historia de la arquidiócesis granadina desde sus comienzos con san Cecilio hasta 1626, martirio del beato Torres.

Una comunidad cristiana con gran vitalidad pues en su seno tiene lugar, entre el 296 y el 302, el primer concilio hispánico: el concilio de Elvira. Hacia este tiempo primero paleocristiano miraba fray Hernando de Talavera —y sus sucesores en la sede granadina: Pedro Ramírez de Alba (1526-1528) y Gaspar de Ávalos (1528-1542)— que explícitamente manifestaba su voluntad de reedificar la diócesis de acuerdo a las santas y apostólicas costumbres.

Desde la fachada se sugiere, a través de sus vidrieras, la historia sagrada de Granada representada en san Cecilio y san Gregorio de Elvira; les siguen cuatro mártires: san Rogelio, (†852), san Pedro Nicolás Pascual (†1301), beatos Juan de Cetina y Pedro de Dueñas (†1397). El programa hagiográfico de las vidrieras prosigue y termina en la Edad Moderna: santo Tomás de Villanueva (1486-1555), san Juan de Dios (1495-1550) y el beato Baltasar de Torres (1563-1626), granadino y mártir en el Japón.

En el programa iconográfico de la fachada todos los anteriores elementos descritos tienen su centro generador: la Eucaristía a la que acompaña María.

EL TEMA EUCARÍSTICO

Este tema —central y determinante; escueto y sugerente— de la fachada queda concretado en el espléndido rosetón estrellado que figura el roscón de la custodia donde se expone el Cuerpo del Señor. «¿Quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los hijos de Dios?» (Job 38,6). Mas esta expresión eucarística está enmarcada, encuadrada, en una monumental portada con tres grandes arcos triunfales. En el muro interior de esta fachada, y a los pies de sus tres naves centrales, se exponen tres grandes cuadros —muy tapetados en la actualidad— de José Risueño (1655-1732); precisamente y subrayando la manifestación de triunfo, tienen por títulos: La Iglesia triunfadora por la Eucarístia, El triunfo de la Eucaristía sobre la idolatría y El triunfo de la Eucarístia sobre la filosofía.

Esta vidriera central La santísima Trinidad y la Eucaristía conjuga dos temas: trinitario por su contenido y eucarístico por la forma del vitral. Ocupa su centro el Espíritu santo como paloma descendente, aleteando, cubriendo con su sombra, inscrita en el triángulo trinitario rodeado por la angelería; una estrella radiante de dieciséis puntas —ocho mayores alternándose con otras tantas menores— es el roscón radiante de la custodia eucarística.

En el antiguo Oriente era el sol símbolo de la justicia: Para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salvación de sus rayos (Ml 3,20). El título Sol de justicia aplicado a Jesucristo desempeñó un papel importante en la formación de los textos para las solemnidades litúrgicas de Navidad y Epifanía. La singularidad de esta ornamentación —ventana solar— apunta a una representación simbólica del sol, —«el lucero grande para regir el día»— astro mayor que es cifra de Cristo, asociación que se remonta a los principios del cristianismo.
Durante el barroco, tiempo de construcción de esta fachada, el sol no sólo era símbolo de Cristo sino, también y además, de la Eucaristía. La ventana solar medieval símbolo de Cristo es ahora un sol eucarístico: luz que nos visita de lo alto, luz de vida: A vosotros, mis seguidiores, os alumbrará el sol de justicia con la salud de sus rayos (Mal 3,20).

EL TEMA MARIANO

En el gran tondo central —aproximadamente de unos cuatro metros de diámetro —está representada La Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María; su escultor, el granadino José Risueño (1655-1732), nos comunica el hecho bíblico con blandura y gracia, con suavidad y movimiento representando la escena como un grupo escultórico exento.

Flanquean esta escena otros dos momentos marianos, como apoyo y continuidad, de la vida de la Virgen: La Visitación de María a su prima Isabel y su Asunción a los cielos, obras de los franceses Juan Miguel Verdiguier y de su hijo Luis Pedro labradas de 1782 a 1783.

El marco circular de la Encarnación, con su valiente resalte, aparece como una profunda hornacina. Las figuras de María y de Gabriel están concebidas y resueltas como esculturas en redondo.

El arcángel —sobre volúmenes de nubes de blando modelado, de rodillas, con las alas airosamente desplegadas— completa y acentúa la composición dinámica circular. En el fondo plano del último tërmino la perspextiva de los rayos lineales protectados desde la paloma del Espíru santo, representrada de fremnte, en escorzo y con sus alas desplegadas.

Completan esta representación escultórica los volúmenes de la serie de angelillos sosteniendo o descorriendo unos cortinajes colgantes a la izquierda y, sobre todo, el ángel del primer término en recogida plegaria ante el reclinatorio; en él María, tras aceptar la propuesta del Señor, ora. El Espíritu ya ha venido sobre María, el poder del Altísimo ya la cubre con su sombra; por eso, quien de ella va a nacer será santo y reconocido como Hijo de Dios Jesús: Será un gran hombre, lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le dará el trono de su padre David, y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin (cf. Lc 1, 26-28).

La fuerza del claroscuro escultórico de esta composición de Risueño armoniza plenamente con el conjunto arquitectónico canesco de la fachada de acentuado movimiento por sus valientes planos salientes y entrantes cerrado por los tres arcos triunfales.

Es la Encarnación el sí de María, su gozosa aceptación y su colaboración personal a la historia de la salvación; la Visitación es salutación y encuentro familiar compartiendo la alegría pues los nuevos tiempos ya están llegando; la Asunción de María nos apunta la plenitud de la nueva y eterna alianza.

Este breve ciclo mariano —Encarnación, Visitación, Asunción— preludia la gran serie canesca de la capilla mayor donde los pinceles del artista plasmará los siete gozos de María con tres colores básicos: azul (divinidad), rojo (humanidad), blanco (pureza).