Simbolismos. Jesús, Puerta de Luz


Junto a la riqueza expresiva de la arquitectura, junto al mensaje salvador del programa iconográfico, de la fachada mayor del templo catedralicio no deberían pasar desapercibidos dos simbolismos complementarios. Difuminados, menos evidentes al espectador contemporáneo, determinan, sin embargo, el sentido plenario de esta impresionante fachada barroca: Todo —arquitectura, iconografía— invita a seguir a Jesús, nuestra puerta, nuestra luz.

SIMBOLISMO DE LA PUERTA: «YO SOY LA PUERTA»

Desde la fachada actual del templo se accede para la celebración eucarística en el interior a través de tres grandes puertas. La actual composición arquitectónica, sus diversos contenidos iconográficos, su propuesta iconológica y su gramática decorativa alcanzan toda su trascendencia gracias al sentido —funcional a la par que teológico— de las puertas.

Una tradición milenaria asocia el tránsito a través de las puertas sagradas a la entrada en la trascendencia, en la eternidad, un paso hacia la conversión, hacia la transfiguración.

Tal tradición milenaria se confirma en Jesucristo, puerta de paz, puerta de vida, puerta del cielo. En Cristosol invictus, hijo de María, pariens solem— se recoge y trasciende, además, el carácter solar de las antiguas divinidades astrales. Por ello, en la parábola del Buen Pastor (Jn 10,1-21) afirma Jesús de sí mismo: (vv. 7c y 9):
Yo soy la puerta de las ovejas
Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá y encontrará pasto.

Las puertas abiertas del templo lo están porque Jesús nace de María —así lo atestigua el gran tondo central de la Encarnación— y permanece con sus amigos hasta el final de los tiempos en el pan eucarístico, que es Cristo, lucero radiante del alba, espléndida y matinal estrella (Apoc 22,16b) tal como atestigua la gran lucerna central estrellada.

SIMBOLISMO DE LA LUz: «YO SOY LA LUZ DEL MUNDO»

Si la luz natural es una de las claves para admirar y comprender el interior de la Catedral, también lo es en su fachada. Por ello, para percatarse y admirar sus contrastes, es preciso pasear ante ella deteniéndose en su contemplación a diversas horas del día desde su amanecer hasta su atardecer…

El momento de la luz solar, el rincón y ángulo escogidos, muestran diversas perspectivas de grandiosa simplicidad donde texturas y colores de la piedra y del mármol contribuyen al juego de luces y sombras; un juego definido por rectas y curvas, por el dinamismo de entrantes y salientes, por los nueve huecos circulares para encauzar y tamizar la luz al interior del templo.

Además, los contrastes entre la piedra ocre de la arquitectura y la piedra blanca de las esculturas matizan la luz contribuyendo a la policromía global del conjunto de la fachada.

Este tratamiento estético y arquitectónico del hecho físico de la luz conduce, de nuevo, a Jesús: Yo soy la luz del mundo; quien me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá luz de vida (Jn 8,12). Una perspectiva optimista ya que, en el gran Día, toda obscuridad desaparecerá ante la Luz definitiva: Pues las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya (1Jn 2,8c).

Transfiguración, Resurrección y Ascensión del Señor —momentos grandiosos de luz— invitan a quienes antes vivieron en la tinieblas a: Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad (Ef 5,8-9), pues, ahora, todos somos luz en el Señor.